Drácula, el enfermo: Cómo nació el mito del vampiro

Drácula, el enfermo: Cómo nació el mito del vampiro

El actor húngaro Béla Ferenc Dezs? Blaskó, quien interpretara a Drácula en la película de Tod Browning de 1931 (Getty)

 

El vampiro es una imagen común en la cultura pop actual y que adopta muchas formas: desde Alucard, el gallardo engendro de Drácula en el juego de PlayStation Castlevania: Symphony of the Night”; hasta Edward, el amante romántico e idealista de la serie “Crepúsculo”.

Por infobae.com





En muchos aspectos, el vampiro de hoy está muy alejado de sus raíces en el folclore de Europa del Este. Como profesor de estudios eslavos que ha impartido un curso sobre vampiros llamado “Drácula” durante más de una década, siempre me fascina la popularidad del vampiro, teniendo en cuenta sus orígenes: como criatura demoníaca fuertemente asociada a la enfermedad.

La primera referencia conocida a los vampiros apareció por escrito en ruso antiguo en el año 1047, poco después de que el cristianismo ortodoxo se trasladara a Europa del Este. El término vampiro era “upir”, cuyo origen es incierto, pero su posible significado literal era “la cosa en la fiesta o el sacrificio”, refiriéndose a una entidad espiritual potencialmente peligrosa que la gente creía que podía aparecer en los rituales para los muertos. Se trataba de un eufemismo utilizado para evitar pronunciar el nombre de la criatura y, por desgracia, es posible que los historiadores nunca lleguen a conocer su verdadero nombre, ni siquiera cuándo surgieron las creencias al respecto.

El vampiro cumplía una función similar a la de muchas otras criaturas demoníacas del folclore de todo el mundo: se les culpaba de diversos problemas, pero sobre todo de las enfermedades, en una época en la que no existían los conocimientos sobre las bacterias y los virus.

Los estudiosos han propuesto varias teorías sobre la relación de varias enfermedades con los vampiros. Es probable que ninguna enfermedad proporcione un origen simple y “puro” para los mitos vampíricos, ya que las creencias sobre los vampiros cambiaron con el tiempo.

Pero hay dos en particular que muestran vínculos sólidos. Una es la rabia, cuyo nombre proviene de un término latino que significa “locura”. Es una de las enfermedades reconocidas más antiguas del planeta, transmisible de los animales a los seres humanos y que se propaga principalmente a través de las mordeduras, una referencia obvia a un rasgo clásico de los vampiros.

Hay otras conexiones curiosas. Un síntoma central de la enfermedad es la hidrofobia, el miedo al agua. Las dolorosas contracciones musculares del esófago llevan a las víctimas de la rabia a evitar comer y beber, o incluso a tragar su propia saliva, lo que acaba provocando “espuma en la boca”. En algunos folclores, los vampiros no pueden cruzar el agua corriente sin ser llevados o asistidos de alguna manera, como una extensión de este síntoma. Además, la rabia puede provocar miedo a la luz, alteración de los patrones de sueño y aumento de la agresividad, elementos con los que se describe a los vampiros en diversos cuentos populares.

Crepusculo, una de las series que rescató el mito del vampiro en la actualidad

 

La segunda enfermedad es la pelagra, causada por una deficiencia dietética de niacina (vitamina B3) o del aminoácido triptófano. A menudo, la pelagra es provocada por dietas ricas en productos de maíz y alcohol. Cuando los europeos llegaron a América, transportaron el maíz a Europa. Pero ignoraron un paso clave en la preparación del maíz: lavarlo, a menudo con cal, un proceso llamado “nixtamalización” que puede reducir el riesgo de pelagra.

La pelagra provoca las clásicas “4 D”: dermatitis, diarrea, demencia y muerte. Algunos enfermos también experimentan una gran sensibilidad a la luz solar -descrita en algunas representaciones de vampiros- que les lleva a tener la piel como un cadáver.

Múltiples enfermedades muestran conexiones con el folclore sobre los vampiros, pero no necesariamente pueden explicar cómo empezaron realmente los mitos. La pelagra, por ejemplo, no existió en Europa del Este hasta el siglo XVIII, siglos después de que surgieran las creencias vampíricas.

Sin embargo, tanto la pelagra como la rabia son importantes porque fueron epidémicas durante un periodo clave en la historia de los vampiros. Durante la llamada Gran Epidemia de Vampiros, entre 1725 y 1755 aproximadamente, los mitos vampíricos se “hicieron virales” en todo el continente.

A medida que las enfermedades se extendían por Europa del Este, a menudo se culpaba a las causas sobrenaturales, y la histeria vampírica se extendió por toda la región. Mucha gente creía que los vampiros eran los “no muertos” -personas que vivían de alguna manera después de la muerte- y que se podía detener al vampiro atacando su cadáver. Llevaban a cabo “entierros de vampiros”, que podían consistir en atravesar el cadáver con una estaca, cubrir el cuerpo con ajo y una serie de otras tradiciones que habían estado presentes en el folclore eslavo durante siglos.

Mientras tanto, los soldados austriacos y alemanes que luchaban contra los otomanos en la región fueron testigos de esta profanación masiva de tumbas y volvieron a casa, a Europa occidental, con historias sobre el vampiro.

Pero, ¿por qué surgió tanta histeria vampírica en primer lugar? La enfermedad fue una de las principales responsables, pero en aquella época existía una especie de “tormenta perfecta” en Europa del Este. La época de la Gran Epidemia de Vampiros no fue sólo un período de enfermedades, sino también de agitación política y religiosa.

Durante el siglo XVIII, Europa del Este se enfrentó a presiones internas y externas, ya que las potencias nacionales y extranjeras ejercían su control sobre la región, y las culturas locales a menudo eran reprimidas. Serbia, por ejemplo, se debatía entre la monarquía de los Habsburgo en Europa Central y los otomanos. Polonia estaba cada vez más sometida a las potencias extranjeras, Bulgaria estaba bajo el dominio otomano, y Rusia estaba experimentando un dramático cambio cultural debido a las políticas del zar Pedro el Grande.

Esta situación es en cierto modo análoga a la de hoy, cuando el mundo se enfrenta a la pandemia del COVID-19 en medio del cambio político y la incertidumbre. La percepción de un colapso social, ya sea real o imaginario, puede provocar respuestas dramáticas en la sociedad.