El rastro de muerte y devastación que dejó la ocupación rusa en Irpin

El rastro de muerte y devastación que dejó la ocupación rusa en Irpin

Varios de los últimos evacuados de la localidad ucraniana de Irpin, ciudad al noroeste de Kiev, son atendidos a su llegada a un punto cercano a la capital. EFE/ Sara Gómez Armas

 

Muchos rompen a llorar al pisar suelo seguro y se abrazan al primer voluntario que encuentran. Son los últimos evacuados de Irpin, ciudad al noroeste de Kiev convertida en símbolo de la resistencia ucraniana, donde la batalla calle a calle con los rusos ha terminado, pero ha dejado un rastro de muerte y destrucción difícil de olvidar.

“La situación es horrible, nuestras calles y casas están destruidas, lo han bombardeado todo. Nuestros vecinos fueron asesinados, vimos cadáveres tirados por la calle”, cuenta con un hilo de voz Valentina, recién salida de Irpin.

Respira profundo y retoma su relato: “Irrumpieron en casa por la fuerza, nos obligaron a poner los brazos en alto y rompieron los teléfonos para que no pudiéramos comunicarnos. Cogieron todo el alcohol que había en casa y se lo bebieron. Y se llevaron todos los objetos de valor de las casas vacías del barrio”.

LOS ÚLTIMOS EVACUADOS

 

Las hermanas Galina y Liudmyla, de 82 y 76 años, evacuadas hace 20 días y ubicadas temporalmente en una residencia de estudiantes del centro de Kiev. EFE/ Sara Gómez Armas

 

Valentina, de 78 años, acaba de llegar a Kiev, evacuada por voluntarios que, en coordinación con el Ejército y la Cruz Roja, sacan en coches particulares a la poca gente que queda en esa ciudad devastada, que sufrió constantes bombardeos de las fuerzas rusas, además de fuego de artillería y metralla en los combates entre ambos ejércitos, los más intensos en el entorno de Kiev.

Ella ha salido con su hija, nieto y yerno, tras pasar los días escondiéndose de casa en casa, huyendo de las explosiones. Sin electricidad ni gas, hacían fuego para calentarse y cocinar la comida que les dejaron los vecinos que huyeron antes. “Lo peor era salir a buscar agua del pozo por los bombardeos”, apunta.

En ese primer punto de encuentro en Kiev, a solo 5 kilómetros de Irpin, los evacuados reciben atención primaria si lo necesitan, comida y un té bien caliente para templar el trauma y el frío gélido padecido durante el asedio.

Valentina y su familia son rápidamente transferidos a la estación de tren para ir a Khmelnytsk, al oeste de Ucrania, donde les acogerá temporalmente unos amigos. Es la segunda vez que huyen de una guerra, ya en 2014 se fueron de Lugansk, cuando empezó el conflicto con las milicias separatistas prorrusas del Donbás.

Irpin, una población de unos 60.000 habitantes, soportó el embate de las fuerzas rusas durante más de un mes, una resistencia clave para evitar que éstas entraran a la capital. Las tropas ucranianas dinamitaron el puente que comunica con Kiev para cortar ese acceso, un gran obstáculo ahora para evacuar a la población.

CADÁVERES EN LA CALLE

Su alcalde Oleksandr Markushyn estima en unos 3.000 los civiles muertos en la batalla de Irpin, pero todavía hay cadáveres por las calles que deben contabilizarse. Unos 5.000 residentes salieron en las evacuaciones masivas de las primeras semanas, y ahora no hay más de 500 personas, la mayoría ancianos en una ciudad fantasma.

Soldados y voluntarios buscan a la gente que queda, agazapada en sótanos. Muchos no se han enterado de que la ciudad fue liberada el pasado lunes y los rusos se han retirado de Kiev. Los llevan hasta el puente derrumbado, cruzan a pie dando un rodeo por el bosque y allí les esperan los coches que los llevan al punto de encuentro.

“Son dos mundos diferentes”, dice Vitaly, unos de esos conductores voluntarios, sobre la desolación en Irpin y la relativa normalidad en Kiev.

En su furgoneta acaban de llegar Oleg, de 82 años, y Tatiana, de 74. Ella se deshace en lágrimas y cuenta que su hermana, que viene en una ambulancia, todavía tiene un trozo de metralla clavado en el brazo; él se alegra de ver “personas vivas y buenas”.

“¿Por qué los rusos hacen esto? Si éramos hermanos”, se pregunta Tatiana, que no se le olvida cómo un tanque ruso mató a bocajarro a su vecino el día que entraron.

“La vida prevalece y nosotros resistiremos, reconstruiremos la nación. A pesar de todos los obstáculos que nos pone el régimen de Putin, nuestros nietos y bisnietos vivirán y reirán. Gloria a Ucrania”, asevera Oleg, aturdido y con la cara amoratada tras días escondido sin ver la luz.

SIN SITIO DONDE IR

Los que no tienen destino garantizado al salir de Irpin, son transferidos a una residencia de estudiantes del centro de Kiev gestionada por la Cruz Roja. Allí está desde hace “ocho o nueve días”, Maria Omelchenko, de 84 años, que huyó de Irpin sin documentación.

“Vivía con una hermana que no quiso salir de Irpin y tengo otra en Bucha -ciudad vecina también ocupada por los rusos y liberada ayer mismo-. No sé si está viva o muerta y no tengo idea de cómo localizarla”, lamenta Maria.

En la habitación de al lado están, desde hace 20 días, las hermanas Galina y Liudmyla, de 82 y 76 años, que pasaron cuatro días sin comer ni beber agua en el sótano de casa. “Gracias a Dios encontré un trozo de pan en la basura. Hemos sufrido mucho”, cuenta Galina desconsolada. Su hermana no articula palabra, aún tiene miedo.

Vivían en Irpin hace poco más de un año, a donde llegaron después de soportar bombardeos en su natal Donetsk, aquejada de una guerra de baja intensidad desde hace ocho años. “Conseguimos salir de allí y ahora hay una guerra otra vez”, solloza.

EFE

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