Juan Guerrero: Buena suerte, Leo Grande o, cuando el orgasmo nos alcance

Sin muchas expectativas fui al cine con mi esposa para ver esta película (Buena suerte, Leo Grande). Éramos, ella y yo. ¡Ah!, y otro desconocido que llegó casi comenzando el film. De resto, teníamos toda la sala de cine para nosotros.

-Es que no es un tema para cualquier público, indicó mi esposa. En fin, que de esta película lo que me queda es una sensación, -así se lo indiqué- de estar frente a una gran sala de terapia. –Es un film que reivindica y trae al presente al olvidado, Freud. –Muy freudiana, fue mi sentencia. Y es que más que presentar la ‘carrera por un orgasmo’, donde los instintos (instinkt) sexuales salen desparramados, son las ‘pulsiones (trieb) sexuales’, aquellas que se muestran en medio de una larga lista de insatisfacciones y deseos por realizar.

De gran factura la muy buena actuación de Emma Thompson. A sus 63 años ya se aprecia la soltura de una gran actriz, con un lenguaje kinésico inmejorable que supera el torrencial de diálogos que, por momentos, nos hace espectadores de una ‘teatralización’ en un único espacio. Es que la película se mantiene en la abundancia de diálogos y lenguaje de los cuerpos, a dos voces. Son varios los temas que se abordan en este melodrama de 97 minutos. Uno de ellos es la belleza del cuerpo, concebida desde la óptica aristotélica (representada por el actor, Daryl McCormack, en el papel de Leo Grande), versus las otras estéticas que se contrapone al cuerpo envejecido de la Thompson (en el papel de Nancy, una maestra de religión, jubilada y viuda, con su cuerpo envejecido y negado a reconocerlo). A sus más de 70 años, Nancy siempre debió fingir orgasmos durante su matrimonio con un hombre pecaminoso que siempre estuvo centrado en las reglas victorianas de la Inglaterra de la post guerra.





Una vez muerto su marido y único hombre, Nancy se da a la tarea de anotar una serie de fantasías sexuales que siempre quiso experimentar y nunca pudo satisfacer. Una de ellas es alcanzar un verdadero orgasmo. Para ello busca por la Internet y consigue a un ‘trabajador sexual’. Su avatar es, Leo Grande, joven de 29 años, quien, con cuerpo escultural y semejante a un Adonis griego (-me viene a la memoria la película de Visconti, Muerte en Venecia, donde el joven Tadzio fulmina con su belleza al envejecido artista, Gustav von Aschenbach). Pero, mientras Aschenbach sucumbe ante la absoluta belleza, extendiendo su mano en un imposible acercamiento; Nancy, por el contrario, recorre con su envejecida mano el cuerpo de su cercano e íntimo Adonis. Ella logra esa fusión, y, por lo tanto, accede a otra oportunidad de plenitud (rejuvenece), tanto física como espiritualmente.

Mientras ello sucede, en el joven Leo se genera un proceso de ¿madurez?, en la búsqueda de lo matricial (la madre físicamente ausente, pero con su fuerte y decisiva presencia psicológica). Leo, más que un trabajador sexual es un terapeuta de las emociones, un servidor social que busca en los pacientes-participantes, la imagen de la madre. De ahí sus menciones a los fragmentos en los diálogos: “una mujer en silla de ruedas”, otra más “de 82 años”, todas ‘descompuestas y fragmentadas’.
No es nueva la temática de la insatisfacción sexual ni tampoco la de relaciones familiares fracasadas o alteradas. Mencionaría la saga de Bergman (Escenas de un matrimonio, o Sarabanda), esta última, por cierto, donde Liv Ullmann se atrevió a aparecer completamente desnuda (aunque en una habitación semi oscura), haciendo un personaje entrado en años y donde ella tenía más de 60 años.

La escena donde Emma Thompson aparece completamente desnuda, ya para el final de las escenas presentadas, es una de las dos temáticas que creo de interés en esta película. La desnudez de esta actriz, más por curiosidad que por un acto de reflexión, es el ‘gancho’ de venta de esta producción. Así se intenta vender la imagen y publicidad de una actriz que en su madurez se atreve a presentarse totalmente desnuda y mostrar su cuerpo a sus 62 años: senos que ya han sucumbido a la gravedad, abdomen fláccido y brazos y piernas con carnes pegadas a sus huesos. Mientras por el rostro cruzan las curvas y ‘líneas de expresión’ de quien ha transitado una intensa vida. Esto otorga realidad y verdad a su personaje que, en su cotidianidad o sociabilidad, logra salir a flote y cumplir con los deseos que por años soñó. La sexualidad, como le planteó Freud unos cuantos años atrás, es el motor que mueve la sociedad en sus más íntimas relaciones. Lo certifica esta película, que, no siendo un plagio, obviamente, es un ‘refrito’ bien montado y mejor actuado.
No por casualidad uno de los personajes, al despedirse, lo manifiesta: “Mrs. Robinson, ¡Me está seduciendo!” (¿en alusión al film, El Graduado?).

Finalmente está la temática del ‘servicio sexual’ que lleva a cabo, Leo. Lo plantea la película como un reconocimiento o reivindicación de un oficio tan viejo como la misma prostitución femenina. Antes se les conocía como el clásico y seductor gigoló, de buen cuerpo, mejor labia y capaz de abordar cualquier tema. Encarnado por el joven Leo, es un terapeuta sexual que ‘ayuda’ a mujeres entradas en años y en carnes a aceptarse y asumir su sexualidad sin mayor pudor.

Un melodrama que vale la pena ver. No es una gran película, pero tampoco aburre. Salvan las escenas de hilaridad y los absurdos, y también, dos buenas actuaciones.

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