Los otros dos Carlos que fueron reyes de Inglaterra: de la ejecución del padre al cambio de religión del hijo

Los otros dos Carlos que fueron reyes de Inglaterra: de la ejecución del padre al cambio de religión del hijo

El rey Carlos I tuvo serios conflictos con el Parlamento y enseguida perdió popularidad.

 

Nada hacía prever los agitados tiempos políticos que se avecinaban. El joven monarca que accedía al trono en Inglaterra lo hacía en medio de la simpatía popular y caía bien su carácter austero y religioso, atributos que miraron con buenos ojos los estrictos puritanos que lo escrutaban con el ceño fruncido desde el Parlamento.

Por infobae.com





El rey de Gran Bretaña, Escocia e Irlanda Carlos I nació en Dunfermline, una ciudad del centro de Escocia, el 19 de noviembre de 1600. Era el segundo hijo de Jacobo I, lo sucedió en 1625 y el mismo año se casó con Enriqueta María, la hija de 16 años de Enrique IV de Francia que, por ser católica, no fue coronada como reina.

El monarca recibió un reino con un erario vacío y necesitaba nuevos impuestos para generar recursos, impuestos que debían ser aprobados por el Parlamento. Ya estaban en guerra con España y necesitaba dinero. Pero los parlamentarios le votaron el derecho a cobrar aduanas, solo por un año. El rey no entendía semejante desconfianza y dominado por su favorito, el Duque de Buckingham, en 1625 y 1626 lo disolvió en dos oportunidades.

La expedición de 90 velas que el 1 de noviembre de 1625 que había enviado Cádiz en venganza por el desaire sufrido cuando fue rechazado por la hermana de Felipe IV, fue derrotada. Esa guerra inútil la debió afrontar con préstamos.

Oliver Cromwell combatió al rey Carlos I, y lo terminaría llevando al cadalso.

 

El rey intentó tapar las malas noticias con las persecuciones contra los católicos romanos, pensando que así podría distraer el pueblo, pero no le dio resultado.

Sus súbditos pudieron comprobar que los gobernaba un hombre mentiroso, sumamente desconfiado y con escaso sentido del humor. Le gustaba la música pero más la pintura, que lo convertiría en uno de los principales coleccionistas de la Europa de entonces.

Reunió un tercer parlamento en 1628 y accedió a la Petición de Derechos, una condición impuesta por los parlamentarios, mediante la cual se pretendía acotar los poderes del rey y que le recortaba poder en cuestiones impositivas, en la aplicación de la ley marcial, el encarcelamiento sin juicio y el acantonamiento de las tropas en hogares civiles.

Para colmo, el 23 de agosto de 1628, un fanático asesinó a su consejero preferido, Jorge Villiers, duque de Buckingham.

En 1629 volvió a disolver el Parlamento, detuvo a los líderes de la oposición y gobernó en forma despótica, aconsejado por el conde Strafford y el arzobispo Laud. Comenzaban diez años de dictadura.

Su intento de reestablecer en Escocia el episcopalismo terminó en una insurrección armada. Carlos I tuvo que convocar en 1640 al Parlamento, que necesitó para conseguir financiamiento en su guerra contra Escocia. Pero los parlamentarios estaban más preocupados en que el monarca se disculpase con ellos que en hacerle la guerra a los escoceses. Finalmente Carlos I lo disolvió. Había durado de abril a mayo de 1640. Por eso pasó a la historia como el Parlamento Corto.

Lo sucedió el Parlamento Largo, porque sus integrantes colaron la cláusula de que solo podría disolverse con el acuerdo de sus miembros, lo que le ponía un límite a las atribuciones del rey.

En secreto Carlos I entabló conversaciones con los escoceses e irlandeses para que lo ayudasen militarmente contra el Parlamento. Cuando se conocieron estas maniobras, le valió un amplio descrédito.

Fracasó su intento de detener a los líderes de la Cámara de los Comunes, como Pym, Hampden y Holles, entre otros, debió abandonar Londres en 1642. En pocos meses, estalló la guerra civil.

El ejército realista fue derrotado por Oliver Cromwell en julio de 1644 en Marston Moor y el rey perdió el norte de Inglaterra. El 14 de junio de 1645 en Naseby, el ejército del rey terminó de ser destruido.

Intentó negociar con partidos políticos, sin éxito. En 1646 debió huir a Oxford y se entregó a los escoceses. Intentó un doble juego, fingiendo negociar con el parlamento, pero también lo hizo con los escoceses, quienes invadieron Inglaterra para reponerlo en el trono. Pero después de la victoria de Cromwell en Preston, batalla librada entre el 17 y 19 de agosto de 1648, un tribunal acusó al rey de tirano, traidor y enemigo público y fue condenado a muerte.

Le cortaron la cabeza el 30 de enero de 1649 en Whitehall. Como última voluntad pidió vestir dos camisas por el duro frío invernal. Dijo que no quería mostrarse temblando en sus últimos momentos frente a sus enemigos que se habían reunido para verlo morir.

El otro Carlos, el mayor de nueve hijos, el segundo varón (el primero había muerto apenas su mamá lo dio a luz) nació en Londres el 29 de mayo de 1630 en el Palacio de Saint James.

Cuando su padre fue ejecutado fue proclamado rey de Escocia, donde desembarcó en 1650. Invadió Inglaterra, pero fue derrotado por Cromwell en Worcester en 1651. Debió huir a Francia y luego a los Países Bajos.

Cuando su padre fue ejecutado, la monarquía había sido abolida y reemplazada por una tiranía a cuyo frente estaba Cromwell, conocido como el “Lord Protector”. Cuando en septiembre de 1658 Cromwell falleció, se disparó el proceso para la restauración de la monarquía.

Gracias a George Monck, gobernador de Escocia, que marchó con su ejército sobre Inglaterra para darle un corte a la anarquía reinante, Carlos fue llamado a Londres y aclamado rey en 1660.

Asumió el trono como Carlos II. Su primera medida fue ejecutar a los jueces que habían condenado a su padre, y ordenó desenterrar el cadáver de Cromwell y se lo colgó, sometiéndolo a una ejecución póstuma.

Era culto, afable, simpático, inteligente y popular, aunque también egoísta y se lo consideraría una persona frívola.

La obra de la restauración fue llevada adelante por su consejero el conde de Clarendon. Su política internacional fue continuación, en parte, de la de Cromwell. Vendió Dunkerque a Francia y en 1664 empezó una guerra con Holanda que tuvo que abandonar en 1667 luego de la Paz de Breda.

Desde entonces, siguió su propia política y gobernó con su ministerio llamado Cabal, un consejo privado formado por cinco personas, cuyas iniciales de sus apellidos formaban la palabra Cabal.

Con la intención de reestablecer la monarquía absoluta y el catolicismo, firmó con Luis XIV el secreto Tratado de Dover, por el cual recibió del rey de Francia una pensión y una promesa de ayudarle con tropas si fuera necesario.

Su política tropezó con el Parlamento, que lo obligó a terminar la segunda guerra con Holanda (1672-1674), y le hizo aprobar en 1673 la ley que impedía a los católicos ocupar cargos en el Estado, y la ley del Hábeas Corpus en 1679.

Ese mismo año disolvió el Parlamento para salvar a su consejero el Duque de Leeds. Reunido otro en Oxford, como aprobara la ley excluyendo de la sucesión a su hermano Jacobo, por ser católico, lo disolvió también, en 1681, y gobernó sin él.

Durante su reinado surgieron los dos grandes partidos: el Tory, conservador y Whig, liberal. Progresó la administración, se afirmó Inglaterra como potencia comercial y naval y como expansión colonial y se destacó por fomentar las artes y las ciencias.

Sufrió el impresionante incendio que entre el 2 y el 5 de septiembre de 1666 arrasó Londres.

Se casó con Catalina de Braganza de Portugal, de 23 años, en dos ceremonias: una católica, secreta y otra pública, anglicana. Si bien tuvo tres embarazos, terminaron en aborto y no tuvo descendencia. El tuvo hijos ilegítimos con sus amantes. Catalina pasó a la historia como la primera reina en beber té.

Tenía 54 cuando el 2 de febrero de 1685 Carlos II enfermó gravemente por un ataque de apoplejía, y sobrevoló la sospecha de envenenamiento. En su agonía, pidió la presencia de un sacerdote. En forma discretísima, acudió el padre John Huddleston. Era una persona a la que conocía, ya que el religioso lo había ayudado a escapar a Francia en 1651 cuando Cromwell lo perseguía. Acudió en secreto a las habitaciones del rey, quien fue admitido en el catolicismo y recibió la extremaunción. Así se convirtió en el primer católico que reinaba en Inglaterra desde la muerte de María I, en 1558.

Falleció el 6 de febrero en Whitehall.

Por supuesto no tenían cómo saberlo, pero estos dos monarcas deberían esperar 337 años para que el trono inglés fuese ocupado por otro Carlos, un príncipe cuya historia real, a sus 73 años, está empezando.