Ángel Lombardi: “Algún día seremos ciudadanos”

Con esta frase termina Luis Castro Leiva un extenso ensayo sobre nuestra contemporaneidad política (El dilema octubrista 1945-1987). Reflexionar sobre la República que hemos sido desde 1811 siempre es necesario. La convocatoria “ilustrada” a nuestra sociedad de aquella época fue a conquistar la “libertad y la igualdad”; era el “espíritu de la época” diría Hegel que se anunciaba en la tormentosa Revolución Francesa de 1789. El primer obstáculo a vencer era la propia realidad social y económica de nuestra gente, con tres siglos de herencia cultural y simbólica monárquica y católica y ello explica la reacción popular de rechazo y reticencia frente a la promesa de libertad, cuya realidad se reducía al odio a los “amos” y en particular a los propios “mantuanos”, propietarios de tierras y esclavos. Así la libertad prometida, invitaba a liberarse del rey, pero no de los “propietarios”. Esto explica a Boves y la guerra civil que caracterizan los primeros años del proceso emancipador. Fundamos la República pero sin ciudadanos, queja y denuncia permanente de Simón Rodriguez. El siglo 19 naufraga en la discordia civil. Apenas en 1854 se decreta por ley el fin de la esclavitud, pero sigue la explotación del “peonaje” en un país eminentemente rural. El Estado apenas era el poder de los caciques locales y la precaria administración capitalina. Asumimos la doctrina liberal para la economía, pero nuestras estructuras sociales seguían siendo feudales. Una República liberal y moderna en el papel y en las proclamas pero con un sistema político precario y en permanente tensión en la lucha por el poder y la riqueza porque en nuestro país, el poder implica el control de las leyes y la riqueza. Gobernantes ricos y pueblo pobre y así ha seguido hasta nuestros días.

Transcurrido el siglo 19 y parte del 20 seguía sin aparecer el “ciudadano” a pesar de tanto repetir “moral y luces”, en nuestras Repúblicas no prevalecía precisamente la virtud de la honradez. Por ello en el siglo 20 y después de los profundos cambios estructurales en lo económico y social que produjo el petróleo, surge el Proyecto Democrático con la bandera de la libertad y la igualdad renovadas y la promesa de erradicar la corrupción. Convertirnos en un país moderno y decente con un sólido sistema político democrático y participativo y con el voto universal, otorgado por ley en 1947, la soberanía popular, al fin iba a permitirnos, con la educación y el progreso económico, la creación del “ciudadano”, el tan anhelado modelo de conducta individual y colectiva, que actuando dentro de la ley, permitiría disfrutar a todos la tan ansiada libertad e igualdad, legal y de oportunidades. ¿Lo hemos logrado realmente?