Guido Sosola: Pedro Pablo

Guido Sosola @SosolaGuido

Ha fallecido Pedro Pablo Aguilar, aquilatado jefe político venezolano de los que, precisamente, no sobran hoy en Venezuela. Imagino cómo hubiese sido la crónica de hoy de Jesús Sanoja Hernández en torno al socialcristiano, indicando algunas de las facetas de una larga vida pública que los líderes de pacotilla de esta hora no logran imaginar.

Quizá hubiese hecho referencia a la dificultad de hacer política en un estado tan apartado y empobrecido como Trujillo, cuya identidad todavía se ve desdibujada al acercarse a la Barquisimeto que irradia aires de metrópoli, donde Pedro Pablo ganaba elección tras elección una curul en la cámara baja hasta jubilarse como senador después de presidir el Congreso de la República. A su prisión en la Seguridad Nacional, cuando a Pérez Jiménez lo pusieron nervioso los copeyanos, con los trancazos correspondientes, al paciente trabajo organizador del partido en cada campaña de su imperturbable calderismo que lo llevó a ejecutar la expulsión de Rafael Iribarren y de su grupo por marxistas, en los sesenta. Al bochinche que pareció armarle Arístides Beaujón a Caldera I como secretario general de la tolda verde, reemplazado por el más araguato de los araguatos como Aguilar. A la férrea, decidida y continua oposición que le hizo COPEI a Pérez I que hizo ganador al trujillano del premio El Limón de Oro, otorgado por la prensa amarillista de entonces. Al sorpresivo pacto que hizo el flamante secretario general con el otrora aspirante a candidato presidencial que se aguantó su chaparrón de agua fría en el Radio City en 1973 y a la vuelta de cinco años estaba ocupando el solio de Miraflores. Fundamental fue ese herrero-pablismo que capitaneó una gesta para ganarle a los adecos en 1978, por cierto, de un lado, abriéndole a todas las tendencias internas oportunidades para bregar en la campaña, y, del otro lado, creando una subcultura política en el socialcristianismo decididamente pragmática y cuasi adeca. Ganada las elecciones, Pedro Pablo pierde la convención nacional de COPEI en 1979 y recibe un injusto chaparrón de agua, esta vez de Caldera que las tenía atragantadas por mucho tiempo. Más adelante, será un magnífico presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), e igualmente un referente, por su experiencia, en las lides del partido hasta apagarse poco a poco en la opinión pública. Sin embargo, quiero rescatar de Pedro Pablo tres aspectos importantes.

Fue un tronco de secretario general de COPEI, el mejor, incluso por encima de Caldera, por su incansable trabajo diario de operatividad, porque esos que desdeñan, a veces, equivocadamente de la maquinaria, no saben que resultan insustituibles y sólo pueden construirla y la construyen quienes se fajan a hacer política de tú a tú, a amarrar gente, hallar recursos, no sólo dirigir sino montar la propia orquesta, asignar papeles, suplir deficiencias, diseñar la táctica más adecuada, tener lista la infantería a todo trance. De 1958 para acá, probablemente los tres mejores secretarios generales de los partidos serios que hemos tenido, además de Pedro Palo Aguilar, han sido Pompeyo Márquez en el PCV y Jesús Angel Paz Galarraga en AD: verdaderos jefes políticos.





Lo otro, es el carácter organizado y organizador de partido de masas que el trujillano le dio a COPEI, condición que había alcanzado con Caldera, pero que se agigantó con Herrera gracias a la conducción del partido que fue el principal y también único soporte de su candidatura, porque prácticamente recibió apoyos simbólicos de otros partidos, como le ocurría a AD con sus organizaciones satelitales. Quienes ahora vean las viejas películas de los grandísimos llenos bipartidistas en la avenida Bolívar de Caracas y hasta del MAS, por decir lo menos, se reirán del MVR y del PSUV del siglo XXI y de sus actos públicos.

Por último, debemos tomar nota de una de sus características personales: la chocante voz de Pedro Pablo lo hizo injustamente antipático para la gente que lo decidió nada carismático, como nada carismático fue Carlos Andrés Pérez antes de 1973, por lo que debemos asegurar que la vista también engaña. Miren lo que pasó con el simpaticón de Sabataneta, precisamente el que nos trajo a esta catástrofe.

Tenemos la impresión que una conseja favoreció muchos a los socialistas del siglo XXI: que los viejos ya no servían para nada y a oposición, desde 2000, la encabezó y debían encabezarla los muchachones. Hubo un desprecio insólito, un desdén suicida hacia la experiencia.

Ojalá el periodista e historiador Nilson Guerra Zambrano, quien fue un desprendido, serísimo y estrecho colaborador de Pedro Pablo Aguilar, se anime a escribir una biografía del trujillano, con la paciente revisión de sus archivos. El último presidente del Congreso de la era democrática, sucedido por otro que le contentó hundirlo a favor de Chávez, ahora es lo mucho que tiene que contar.