“¿Hay alguien con coraje para matar a mi marido?”: la tragedia de los Gucci, del imperio al crimen por despecho

“¿Hay alguien con coraje para matar a mi marido?”: la tragedia de los Gucci, del imperio al crimen por despecho

Maurizio Gucci y Patrizia Reggiani en 1976, cuando eran un matrimonio que viajaba por el mundo, asistía a las mejores fiestas del jet set y gastaban millones (Photo by IPA/Sipa USA)

 

Guccio Gucci, el patriarca del emporio italiano murió en paz el 2 de enero de 1953, pero la disputa entre sus herederos terminaría en horror cuando su nieto Maurizio fue asesinado en 1995. La policía sospechó de toda la familia, menos de la viuda negra

Mañana se cumplirán setenta años exactos de la muerte de Guccio Gucci. El pacífico final del fundador de la Casa Gucci, el 2 de enero de 1953, marcó el comienzo de la rivalidad entre sus herederos que terminaría en tragedia, pero nadie podía suponerlo entonces en la industria de la moda.





Por Infobae

Guccio había abierto su primera tienda de marroquinería y equipajes de lujo en Florencia en 1921, inspirado en sus tiempos como botones en el Hotel Savoy de Londres. Aquel pequeño negocio al que pronto se sumaron sus hijos Vasco, Aldo, y Rodolfo, se convirtió en la fuente de la fortuna de la marca de la doble G. Pero la muerte del patriarca, que había inventado para el apellido convertido en monograma un pasado aristocrático y vinculado a los Medici, dejaría al descubierto la tensión entre sus descendientes que aspiraban a sucederlo. Para entonces, la Casa Gucci ya tenía locales en Roma y Milán y estaba en tratativas para desembarcar en Nueva York. Sus mocasines, carteras y guantes eran tan icónicos, que para su casamiento con Grace Kelly en 1956 –sólo tres años después–, Rainiero de Mónaco le regaló guantes de Gucci a todas las invitadas, y la marca tenía entre sus clientas a todas las mujeres que marcaban tendencia, de Sophia Loren a Jacqueline Bouvier.

Nacido en 1948, Maurizio Gucci apenas si conoció a su abuelo, pero tenía 15 años cuando entró a trabajar en la empresa. Cuando su tío Vasco murió sin hijos en 1974, Rodolfo –su padre– y su hermano Aldo le compraron las acciones a la viuda y dividieron la firma en partes iguales. Maurizio ya estaba casado entonces con Patrizia Reggiani. La había conocido en una fiesta en Milán a fines de los 60 y se conmovió en cuanto vio sus ojos violetas.

Guccio Gucci, el patriarca de la familia y quien creó el imperio marroquinero. Murió el 2 de enero de 1953. Con su partida llegó la ruptura familiar (Foto: Grosby Group)

 

“¿Quién es esa diosa del vestido rojo que se parece a Elizabeth Taylor?”, preguntó aquella noche en que el desenlace fatal parecía lejano. A ella no le importó que él fuera el codiciado heredero de un imperio de moda: “Me miraba como un pez herido, se enamoró perdidamente de mí. Pero yo era la reina de Milán, conmigo tenía que ir despacio”, contaría mucho después Reggiani a The New York Times.

Eran muy diferentes. Nacida en las afueras de Milán, Patrizia era hija de una mesera casada con un hombre mucho mayor que había hecho una fortuna en el negocio del transporte. No pertenecían a la alta sociedad, pero eran ricos, y el padre la malcriaba con abrigos de piel, joyas y autos de lujo. A los 20 años, había logrado hacerse camino en los circuitos de élite gracias a su belleza, estilo y, por supuesto, a su dinero. Para Rodolfo, el padre de Maurizio, ninguna de esas credenciales alcanzaba para aceptar a Reggiani como la novia –y mucho menos la mujer– de su único hijo. La consideraba una trepadora.

“Yo era excitante y distinta’’, recordó Reggiani en una entrevista con The Guardian. Los Gucci venían de Florencia, por lo que Maurizio era un outsider en Milán. Su madre había muerto cuando él tenía cinco años, y su padre siempre lo había sobreprotegido: en esos primeros tiempos con Patrizia, dice ella, él se sentía libre. “Al principio no pensaba mucho en él. Me parecía un chico tímido con los dientes torcidos”.

Patrizia Reggiani enamoró a Maurizio Gucci con sus ojos violetas. “¿Quién es esa mujer que se parece a Elizabeth Taylor?”, preguntó el heredero, y cayó rendido (Photo by IPA/Sipa USA)

 

Ella tenía otros pretendientes, pero él la persiguió con paciencia y millones a su disposición para conquistarla. Tan acostumbrada estaba Patrizia a exhibir su riqueza, que cuando su novio fue a buscarla a su casa en un auto económico, le pareció un perdedor. Quien décadas más tarde se haría famosa como la viuda negra italiana llegó a pronunciar una frase igual de célebre: “Prefiero llorar en un Rolls-Royce que ser feliz en una bicicleta”. Con ella, Maurizio aprendió el lujo ostentoso que imprimieron a Gucci como su marca propia.

Los Gucci no estaban de acuerdo cuando se casaron, en 1972. Rodolfo se ablandaría finalmente con la llegada de su primera nieta, Alessandra. Fue Patrizia quien medió entonces para que asistiera al bautismo de la beba y pudiera ver que ella “realmente amaba a Maurizio”. De nuevo cerca de su hijo, le compró varias propiedades a la pareja, incluyendo un penthouse de 840 m2 en la Olympic Tower de New York, sobre la Quinta Avenida. Muchas décadas antes de “Brangelina”, “Kimye” y “Bennifer”, los Gucci se paseaban por Manhattan con un auto en cuya patente se leía: “Mauizia”. Eran una dupla poderosa, “un equipo”, como recuerda Reggiani.

Alessandra y Allegra Gucci, las hijas de Maurizio y Patrizia, el 9 de julio de 2007 durante el juicio a su madre por el asesinato de su padre (Photo by IPA/ABACAPRESS.COM/REUTERS)

 

Incluso para los extravagantes años 70, el suntuoso nivel de vida del joven matrimonio sorprendía a la prensa. De su penthouse neoyorquino a su refugio alpino en el exclusivo centro de ski St. Moritz; de su paradisíaca villa en Acapulco, a su chacra rural en Connecticut, o a cualquiera de sus islas privadas alrededor del mundo, a bordo de su velero de madera de 64 metros de eslora, el Creole. El barco en el que pasaron su luna de miel Juan Carlos y Sofía de España en 1962 fue un emblema del poderío de la pareja: Maurizio se lo compró al millonario griego Stavros Niarchos para festejar la llegada de su segunda hija, Allegra.

Eran años en los que Patrizia gastaba más de US$10.000 por mes solo en orquídeas. Los Gucci eran famosos por sus fiestas temáticas de un color, en las que la ropa, la decoración y hasta la comida eran monocromáticas y solían tener entre sus invitados a su amiga Jackie Onassis. “Nos divertíamos mucho –dijo Reggiani a The Guardian–. Éramos una pareja espectacular, y teníamos una vida espectacular”. La viuda negra se quebró al recordar esas fiestas en las que su tono favorito era el naranja: “Todavía duele pensar en eso”.

Pero, según Reggiani, el encantamiento se rompió de repente con la muerte de Rodolfo Gucci, en 1983. Maurizio, que había heredado el 50% de la firma, comenzó a actuar “como si ya no tuviera que cuidar de nada ni de nadie. Se volvió loco. Hasta ese momento yo lo asesoraba sobre todos los asuntos de la marca. Pero ahora quería ser el mejor, y dejó de escucharme.”

Foto: Grosby Group

 

En 1985, el heredero del clan Gucci le dijo a su mujer que se iba a un viaje corto de negocios a Florencia y nunca regresó. Después de trece años de matrimonio, había empezado una relación con una mujer más joven y –se quejó ella en el programa italiano Storie Maledette– ni siquiera tuvo el valor de decírselo a su esposa, que se enteró por el médico de la familia que él no volvería. Con dos hijas chiquitas (“Aunque siempre tuviera una niñera, claro”), Patrizia se llenó de resentimiento: “No podía creer que ya tuviera las valijas listas”, dijo al Corriere della Sera. Pero aunque se separaron, la familia estaba primero: ella seguiría siendo la Signora Gucci.

La batalla legal llevó casi una década hasta 1991, cuando firmaron el divorcio. Como parte del acuerdo, ella mantuvo la custodia de Alessandra y Allegra y el equivalente a 1.000.000 de euros anuales. Pero Patrizia no estaba conforme. Le molestaba como su ex manejaba la firma y que la hubiera hecho a un lado de un imperio que consideraba suyo. En un reportaje de la época recuerda con amargura que Maurizio le dijo: “¿Sabés por qué falló nuestro matrimonio? Porque creíste que eras la presidenta, y hay un solo presidente”.

Maurizio Gucci con Paola Franchi, la novia que tenía cuando lo asesinaron. Al morir, Patrizia Reggiani la desalojó de la casa que compartían de inmediato para mudarse ella

 

La marca Gucci había perdido prestigio por sobrevender la licencia de su célebre monograma y producir en masa sus carteras de lona. Maurizio planeaba recuperar la gloria apostando otra vez a la marroquinería artesanal con la que su abuelo Guccio había hecho historia en la moda. Durante años había complotado contra su tío Aldo y sus primos, para quedarse con su mitad de las acciones, hasta que lo logró con la ayuda de la financiera árabe Investcorp. Pero aunque tomó la acertada decisión de contratar al diseñador Tom Ford, que al frente de la dirección creativa, con el tiempo le devolvería a Gucci un glamour impensado, jamás llegó a verlo.

Reggiani tenía razón en que, como presidente, Maurizio era un pésimo administrador y no ganaba lo suficiente como para ejecutar sus ideas. Con su fortuna personal tambaleando, en 1993 se vio obligado a venderle la totalidad de la marca a Investcorp por unos US$200 millones de dólares. El legado familiar en la moda había terminado.

Foto policial del 31 de enero de 1997, cuando arrestaron a Patrizia Reggiani en Milan por el asesinato de Maurizio Gucci, su exmarido (REUTERS)

 

“Estaba enojada con él por muchas razones en esa época –le dijo Reggiani a The Guardian–. Pero sobre todo, por esto. Perder el negocio familiar. Eso era estúpido. Eso era un gran error. Estaba llena de ira y no había nada que pudiera hacer”. Un año antes, en 1992, había sido diagnosticada con un tumor cerebral y el padre de sus hijas no le había ofrecido apoyo alguno al atravesar esa riesgosa cirugía. Pero vender su marca emblema era aún peor: “No debió hacerme eso.”

Otra cosa perturbaba a Patrizia: su ex marido tenía una nueva mujer, Paola Franchi. Hacía cinco años que vivía con ella y su hijo Charly, de once, la mañana en que lo mataron. Se movían entre el chalet de St. Moritz y el opulento penthouse de Corso Venezia, en Milán. Se dejaban ver juntos en sus paseos por el Mediterráneo en el Creole, el que había sido el velero preferido de Reggiani y el escenario de sus mejores fiestas. Fueron tiempos de peleas y acusaciones. En una conversación telefónica que se reveló durante el juicio, ella le dice: “Llegaste al límite de que te desprecien tus hijas, que ya no quieren verte para olvidar el trauma. Sos un grano deforme, un apéndice doloroso que queremos olvidar. Para vos, el infierno está por venir”.

Cuando supo que Maurizio tenía la intención de volver a casarse, empezó a pensar en matarlo. No toleraba la idea de que hubiera otra Signora Gucci. En diálogo con el Corriere, relata con candidez: “Le preguntaba a todo el mundo, hasta al carnicero, ‘¿No habrá alguno con el coraje de matar a mi marido?’”. Y entonces, la mujer que pasó 18 años en la cárcel, explica: “Yo tengo un solo defecto, no sé ni mirar una pistola: no lo podía hacer sola”. Así fue como entró en escena la vidente napolitana Pina Auriemma, a quien Patrizia había conocido en la isla de Ischia veinte años antes, y que fue quien se encargó de contactar a los otros tres hombres condenados por el crimen: el albañil Benedetto Ceraulo (autor material); Orazio Cicala, un jugador compulsivo devastado por las deudas (ayudante del sicario), e Ivano Savioni, conserje de un albergue transitorio y organizador.

Pina Auremmia, la clarividente amiga de Patrizia Reggiani que la contactó con los sicarios que asesinaron a Maurizio Gucci. Fue sentenciada a 25 años de prisión (Grosby)

 

El 27 de marzo de 1995, Maurizio Gucci, el último heredero de la dinastía italiana en dirigir la marca de lujo, fue asesinado por un sicario en las escalinatas de su oficina de Milán. Apenas había llegado a cruzar la calle y saludar al portero del edificio de la via Palestro, a metros del distrito de moda, cuando recibió los tres tiros mortales por la espalda. Llevaba un impecable traje y mocasines con el clásico monograma de la doble G. Tenía 46 años y hacía dos que había vendido su participación en la firma fundada por su abuelo Guccio a una financiera árabe, tras una amarga disputa familiar.

Hubo pocos miembros del clan en su funeral. En los videos de ese día se ve su ex mujer rodeada por las hijas de la pareja, Alessandra y Allegra, de riguroso luto. Conmovida, quien aún era conocida como la “Signora Gucci”, corre su velo de tul para secarse las lágrimas. Pocos sospecharon entonces que tres años después, en 1998, Reggiani sería sentenciada a 29 años de prisión por mandar a matar a su ex marido. Fue entonces cuando la prensa comenzó a llamarla “la Viuda Negra”.

Maurizio tenía muchos enemigos, por eso en un primer momento la policía sospechó que su asesinato debía estar conectado con sus disputas con el resto del clan o con sus últimos negocios, como el casino en Suiza en el que planeaba invertir una importante suma. Patrizia ni siquiera escondía su despecho. Apenas unos meses después de su muerte, le dijo a Vanity Fair que su ex marido había sido “una simple cosa llamada Gucci a la que había que lavar y vestir. Un débil”.

Benedetto Ceraulo y Orazio Cicala, dos de los tres sicarios que se encargaron de matar a Maurizio Gucci en marzo de 1995 (REUTERS)

 

Un día después del asesinato, Paola Franchi recibió una orden de desalojo de Reggiani para abandonar de inmediato el penthouse que compartía con Maurizio. Franchi notó con horror que estaba fechada el 27 de marzo a las 11 am, menos de tres horas después de la muerte de Gucci. Patrizia se mudó con sus hijas al departamento de Corso Venezia en donde vivió durante los dos años que siguieron, hasta que uno de sus cómplices se jactó del crimen ante la persona equivocada.

En la madrugada del 31 de enero de 1997, después de dos años, y una operación encubierta digna de su destino cinematográfico, la policía de Lombardía detuvo a la viuda Gucci. Todo indicaba que el crimen que había sacudido a la alta sociedad de Milán iba a transformarse en otro caso sin resolver (“No pensaba que me iban a descubrir”, confiesa ella en el documental Lady Gucci: La storia di Patrizia Reggiani). Cuando los investigadores le preguntaron si sabía por qué la estaban arrestando, ella respondió con frialdad: “Sí, por el homicidio de mi marido”. Antes de salir, agarró todas sus joyas y se puso un tapado de piel. Un detective le aconsejó que no los llevara a la cárcel, pero ella insistió: “Mis joyas y mi tapado van donde vaya yo”.

Sus abogados no negaron que Reggiani hablara con frecuencia de su deseo de ver muerto a su ex: se lo había dicho a todos los que quisieran escucharla. Lo que buscaron fue incriminar a la maga Pina por haberle dado lugar a la obsesión de su amiga contratando a los sicarios. Sin embargo, a la evidencia en contra de la viuda se sumaba incluso una entrada en su diario del día del asesinato de Gucci con la palabra: “Paradeisos”, que en griego significa “paraíso.” En otra página se leía: “No hay crimen que el dinero no pueda comprar”.

Patrizia Reggiani Gucci deja la Corte de Milán junto a su abogado Danilo Buongiorno el 16 de febrero de 2016. Sentenciada a 29 años de prisión, cumplió 18 tras las rejas (Photo by IPA/Sipa USA)

 

En el juicio no hubo miembros de la familia Gucci. Enfrentado con todos sus parientes, la memoria de Maurizio no fue reivindicada por el clan. “Todos los varones Gucci son iguales: amorales –dijo por entonces al New York Times Jennifer Gucci, ex de su primo Paolo–. Son playboys multimillonarios, y nadie tiene demasiada compasión por ellos”.

El “delitto Gucci”, que resurgió con el film de Ridley Scott, tuvo desde el principio todos los elementos para intrigar a la sociedad italiana. Es, como dice el subtítulo del aclamado libro de Sara Gay Forden en el que se basa la película –The House of Gucci–, una sensacional historia de crimen, locura, glamour y codicia. Pero, sobre todo, es una de esas tragedias que comenzaron como un cuento de hadas.