El resultado de las peritajes sobre los restos de Hitler y el calvario que vivió la primera mujer que lo identificó

El resultado de las peritajes sobre los restos de Hitler y el calvario que vivió la primera mujer que lo identificó

Adolf Hitler y Eva Braun. El 30 de abril de 1945 se suicidaron en el búnker de la cancillería del Reich (foto Everett/Shutterstock)

 

La muerte de Adolf Hitler en su búnker subterráneo de una Berlín humeante y en ruinas, cercada por tropas soviéticas, sigue rodeada de misterio pese a que ya pasaron 79 años. ¿Realmente se suicidó junto a Eva Braun horas después de contraer matrimonio? ¿O fue una puesta en escena para preparar su huida? La aparente falta de pruebas concretas -los cuerpos, una foto, una filmación- hicieron crecer los rumores y a lo largo de los años supuestos testigos en todo el mundo, muchos de ellos en Sudamérica, aseguraron haberse topado con el Führer.

Por infobae.com





Muchos investigadores emprendieron la misión de encontrar pistas para develar el misterio y algunos hasta llegaron a afirmar que Hitler se refugió en Argentina, donde habría vivido sus últimos días sin ser molestado. El dictador nazi, aseguraron, había escapado en un submarino de última generación, como aquellos que se rindieron en las costas argentinas bastante después de terminada la guerra en Europa. Cabe recordar que los últimos U-boat de la Armada nazi que enarbolaron bandera blanca lo hicieron en el puerto de Mar del Plata. Fueron el U-530, el 10 de junio de 1945, y el U-977, el 17 de agosto de aquel año. La complacencia del gobierno argentino de aquel entonces con el Tercer Reich y la importante cantidad de nazis que se refugiaron en estas tierras fueron argumentos usados para reforzar las teorías sobre la supervivencia de Hitler en Argentina.

Pero, ¿adónde está la clave para resolver el dilema? Está en Rusia, porque desde allí se esparcieron los primeros rumores del escape de Hitler y porque, paradójicamente, fueron los rusos quienes encontraron los restos y los analizaron. Josef Stalin, el dictador que conducía con puño de acero al gigante soviético en la guerra, fue el encargado de sembrar las dudas entre sus aliados norteamericanos y británicos poco después de la caída del Reich.

“Está vivo. Puede estar en España, en Japón, en Argentina”, les dijo Koba en distintas ocasiones a representantes de los Aliados, pese a que ya sabía que sus hombres habían encontrado dos cuerpos carbonizados -que serían de la pareja Hitler-, enterrados en el cráter que había dejado una bomba, a metros de la entrada del búnker de la Cancillería del Reich. El intrigante Stalin buscaba generar confusión e incluso hasta llegó a acusar a sus aliados de haber facilitado la huida del dictador nazi. El georgiano, como hizo siempre, administraba la información para sus propios fines políticos.

Pero las intrigas no eran solo hacia afuera, sino también puertas adentro. La falta de coordinación y las disputas entre los distintos servicios secretos soviéticos que operaban en la Alemania ocupada también jugaron su papel en la cuestión de ocultar información o de dar a conocer datos parciales o tergiversados sobre el destino de Hitler.

En ese contexto, los dos cadáveres hallados fueron a parar a manos del Smersh, un servicio de contraespionaje creado en 1943 con el fin de detectar desertores, traidores y espías en el Ejército Rojo. El nombre surge de la contracción de dos palabras en ruso: Smiert Chpionam, que podría traducirse como “muerte a los espías”. El lugar donde fueron encontrados los cuerpos coincidía con lo que habían declarado los testigos de la muerte de Hitler. Estas personas del círculo íntimo del Führer aseguraban haber cumplido su última voluntad, o al menos a medias. Según dijeron, Hitler les había anunciado su intención de suicidarse junto a su flamante esposa y les dio instrucciones para que sus cuerpos sean cremados inmediatamente. Quería evitar que cayeran en manos del enemigo. Sus acólitos intentaron cumplir esta última voluntad, pero se toparon con la escasez de combustible -solo reunieron 200 litros en unos bidones- y con el persistente fuego de artillería sobre la el edificio de la cancillería, lo que dificultaba la posibilidad de permanecer mucho tiempo en el exterior del búnker.

Sin poder sortear del todo estos inconvenientes, los encargados de incinerar los cuerpos al menos pudieron dejarlos irreconocibles y los enterraron en un cráter provocado por las bombas. Allí fueron descubiertos por los soviéticos el 4 o el 5 de mayo. El día difiere entre las distintas versiones de los departamentos soviéticos que hicieron sus propios informes. Tampoco hay acuerdo entre sí llegaron a ese lugar por indicación de un testigo alemán o si el hallazgo fue producto de la casualidad.

Elena Rjevskaïa, intérprete que trabajaba para el equipo del Smersh del Primer Frente Bielorruso, y Lev Bezymenski, también intérprete, pero del Ejército Rojo, luego famoso por haber escrito un libro sobre la muerte de Hitler a fines de los años 60, aseguraron que los cuerpos fueron encontrados el 4 de mayo gracias a un soldado soviético llamado Churakov. Este habría regresado al lugar donde dos días antes habían encontrado los restos del matrimonio Goebbels. Según esta versión, al registrar nuevamente la zona, Churakov se topó con algo y luego le gritó a su superior “¡aquí hay piernas!”. Eran las piernas de Hitler.

En cambio, otro informe descartó la casualidad en el hallazgo e indicó que los soldados llegaron hasta ese lugar por indicaciones de un hombre de las SS, Harry Mengershausen.

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